Solución a ECO QUEST 2

El Viaje a Iquitos

Desde el avión ya pude ver la perversión de la naturaleza por parte humana, como se usaban explosivos en medio de la jungla. Sentí como algo se debilitaba en la naturaleza, como si un corazón se hiciera pedazos y sólo quedara una minúscula parte de él. Los animales, supuse, también deberían de haberlo notado.

Nuestra llegada a Iquitos me pareció espectacular, podía oler la selva. La visita no era puro placer, sino que mi padre había llevado a cabo experimentas para contrarrestar la contaminación. Desde la cola, pude observar, además de las excentricidades graciosas de un individuo, como se gestionaba la justicia en la aduana de la ciudad. Tras aquel incidente, enseñé mi pasaporte y mi cartilla de vacunación al oficial de la aduana para poder pasar. Una vez pasado el trámite, vi a un hombre que llevaba colgando un cartel que miré. Ponía nuestros nombres, así que hablé con él para saber si era nuestro contacto. Lo era, se llamaba Nicanor y pertenecía, al igual que mi padre, a la Red de Emergencias Ecológicas. Al parecer, Nicanor tenía un problema con los suministros y mi padre se decidió a echarle una mano. Yo, mientras, me di un paseo por los alrededores.

Me fui un poco hacia un barco que derrochaba su petróleo, y pude ver como el tipo desagradable de antes metía prisas a otro hombre, llamado Gonzales. Éste, además, llamó a dos tipos que estaban hablando detrás de unas cajas. Subí a las cajas para escuchar su conversación: hablaban de una empresa llamada Cibola y del tipo desagradable, llamado Slaughter; no se hacían preguntas y el trabajo era suficiente para estos tipos.

Bajé de las cajas y cuando me aproximé al barco, se me acercó un tipo que me quería vender un loro. Claramente, le compré el loro, pero le dejé en libertad cuando pagué a aquel vendedor. Regresé a ver si mi padre había terminado, pero aún le quedaba un recuento. Volví a donde antes y hallé un tipo con una cámara de fotos al que intenté hablar, aunque éste me ignoró. Éste, además, tiró un papel que yo reciclé. Volví a ver si mi padre había terminado, pero no. Así pues, fui al muelle donde había un viejo pescador con quien mantuve una animada conversación. Volví donde mi padre, que ya había acabado y tenía un regalo para mí. Era un escáner ambiental, a quien mi padre bautizó como Ecorder. Servía para obtener datos de la naturaleza. Mi padre me enseñó como usarlo y yo estaba dispuesto a utilizarlo en el entorno. Me fui donde el barco y lo puse en el líquido del barco, consiguiendo información sobre él. Volví donde estaba mi padre, a quien, por cierto, un tipo extraño robó la maleta.

Mi padre se tuvo que ir a la embajada, así que yo me quedé en la barca con los ojos bien abiertos... más o menos.

Perdido en la Selva

Cuando me desperté, me encontré en algún lugar de la selva. Al parecer, dos nutrias, llamadas Orfeo y Morfeo que me habían llevado a la selva por invitación del Corazón de la Selva. Ella necesitaba la ayuda de un humano y me escogieron a mí. Orfeo tenía un regalo para mí, pero no se atrevía a dármelo.

Hablé con la nutria asustada hasta que se acercó a mí para darme el regalo, un amuleto del Corazón de la Selva. Si quería saber más, debía de ir a un poblado y conocer más de su gente.

Las nutrias me dejaron en tierra firme y se marcharon. Pasé mi Ecorder por toda la zona para conocer algo del lugar donde estaba, y después me puse a reciclar toda la basura tirada. Además, me hice con un hoja pringosa que me sería muy útil. Avancé por la selva hasta llegar a un gran árbol, donde un orangután me amenazó. Tras hablar tranquilamente, me contó lo sucedido y se marchó rápido y veloz, entre los árboles.

Recogí algo de información con mi Ecorder sobre la tala, e intenté trepar el árbol. Fue inútil, pues unos mosquitos me hicieron cambiar de idea. Me unté el cuerpo con la hoja pringosa y, al intentar subir de nuevo, los mosquitos no pudieron resistir el olor que yo desprendía. Arriba, un cigarrillo estaba haciendo peligrar un nido de tucanes. Pasé mi Ecorder para obtener algo más de información y, al intentar pasar a otra zona, una boa esmeralda me obstruyó el paso. La pasé mi Ecorder y descubrí algunas facetas más de ella. Yo debía salvar ese nido, y para ello era necesario hablar con todos los animales. Después de ver que todos estaban en contra mía, me fui por una rama a la izquierda, debajo de la serpiente, donde había un anhinga. Aquí pasé también mi Ecorder y hablé con el anhinga. Allí, me hice con una flor y subí lo más arriba del árbol que pude. Aquí estaban otros animales a los que también pasé mi Ecorder, sobre todo a un colibrí que me costó mucho captarlo. Hablé con todos ellos, incluyendo el colibrí. Aquí, me puse la flor fuerte en la nariz puesto que junto a unas sarracenias estaba un hoacín, famosos por su mal olor. Solté el agua de dos sarracenias y bajé al nido de los tucanes, quienes me agradecieron la salvación de su hijo.

Hablé de nuevo con los animales con quien había hablado anteriormente, y me fui por la rama que antes me bloqueaba la serpiente. Avancé siguiendo a un lagarto rojo y me tropecé con un chico del poblado, aunque se asustó tanto de mí que se marchó corriendo. Pasé, como siempre mi Ecorder y obtuve más información –a partir de ahora, en mis narraciones no volveré a mencionar lo del Ecorder, en cual lo usé en toda mi aventura como punto de apoyo–. Allí mismo, bajé de una rama e intenté conseguir un tambor, salvo que la rama cedió y me caí, junto con el tambor, al barro del poblado.

Los Cuentos del Chamán

Ya en el barro, me quedé bastante agarrotado, y además no parecía haber nadie en el poblado salvo un pecarí. El pecarí era mi salvación, así que cogí la liana y las frutas que tenía cerca. Con estos objetos, atraí al pecarí y salí fuera del barro.

Avancé por el poblado hasta hallar un altar con otro tambor al lado, al cual puse el que había conseguido. Allí había una especie de contraseña, la cual toqué. Recogí mi tambor y me fui por la selva hasta hallar tres cuevas. En una de ellas, había un tambor y una contraseña. Toqué la del poblado y pude acceder al interior de las cuevas, sin olvidarme de mi tambor. En las cuevas hallé al Corazón de la Selva, que me invitó a sentarme en su trono, invitación que yo no negué. Ya en el trono, el Corazón de la Selva me explicó su muerte inmediata, pero lo preocupante era encontrar una simiente nueva para que el corazón de la naturaleza no se parara. Aunque el Corazón de la Selva no conocía donde había más simientes, yo si estaba dispuesto a encontrarla; y para ello recogí el primer regalo del Corazón de la Selva, una rama. Yo debía encontrar a Aquel que Conoce para saber aún más.

Salí de esa cueva y me interné en la del medio, donde cogí una vaina; y en la siguiente cueva, llené un vaso con olorosa savia. Regresé al poblado, donde todo el mundo ya había llegado. Hablé con todo el mundo en todo el poblado, incluyendo el niño que había perdido el tambor. Le di el tambor y se quedó bastante contento, marchándose y dejándome la liana para cruzar. Cruce y cogí unos frutos, y un collar escondido u olvidado debajo de ellos. El collar se lo intenté dar a Llusti, la alfarera con el niño enfermo, pero no lo quiso; así pues, se lo intenté dar a Churana quien lo aceptó, y me dio a cambio otro de sus antepasados. Me fui a la cabaña del chamán, donde le di el cuenco de savia a su ayudante, un hombre sencillo, que me pidió que lo dejara en el banco, con el que también dejé las vainas que recogí del Corazón de la Selva. Regresé donde estaba Llusti, y cogí el machete que tenía uno de los jefes. El machete se lo di a Sumac, una chiquilla que intentaba cortar unas raíces, las cuales servían para preparar una bebida deliciosa, pero que debía ser preparada si no quería morir envenenado. Volví donde el chamán y recogí mi cuenco, el cual le di a Llusti; quien me ofreció a cambio un tazón de arcilla.

El niño de Llusti estaba curado, así que me fui donde unas ancianas preparaban algo especial en su olla. Les di las raíces que tenían y ellas me llenaron mi tazón de Musqui, una bebida poderosa. Regresé donde Llusti y vi como una mariposa, un Zafiro Celeste –usando mi Ecorder lo supe–, se posaba en unas hojas. Le ofrecí mi Musqui y la cogí. Se la di al hombre sencillo de la cabaña que me invitó a entrar en la misma.

¡Sinchi era el chamán! Si, el supuesto hombre sencillo. Sí, la verdad es que era una verdadera sorpresa. Sinchi me dijo que necesitábamos una simiente, pero para que yo la pudiera buscar, y preguntar a la gente de la Arboleda, debía ser uno de los suyos. Intenté coger el cuenco de pintura, peor se puso a llover y una gotera hizo que Quiri, la araña del chamán, se pusiera en la pintura. Yo, con más recursos que una navaja suiza, subí al palo que sostenía la cabaña, y puse la hoja pringosa en la gotera del techo. Abajo, y sin Quiri en la pintura, pude mezclar las bayas en la pintura y superar las pruebas del chamán según mis apuntes.

El chamán y algunos de mis nuevos amigos llegamos al Corazón de la Selva, donde el chamán me pidió la hoja verde que me dio el Corazón de la Selva. La ceremonia comenzó y tuvimos una visión del lugar a donde debía ir: Cibola, la Ciudad de Oro. Tras no saber muy bien como ir, el Corazón de la Selva dejó caer muchas flores amarillas, de las cuales yo cogí una. Y el Corazón de la Selva murió...

¡Y entonces apareció Slaughter, quemando el poblado entero! Entre el humo me perdí hasta hallar un murciélago atrapado en una red. Le mostré el amuleto del Corazón de la Selva, para que no tuviera miedo, e intenté liberarle. Pero en ese momento me atrapó Slaughter y me llevó a su campamento de destrucción.

El Campamento de la Muerte

Slaughter y su secuaz Gonzales me ataron a una silla, y el murciélago, Paquita, quedó encerrado en una jaula. Slaughter quería saber la posición del oro, el cual no existía. Slaughter se marchó hasta la noche, pero Gonzales ya tenía planes para mí, y para Paquita...

Mi única idea posible era escapar, así que fui y me comí la zanahoria, soltando a Paquita la cual me soltó a mí. En la siguiente habitación, el dormitorio de la muerte de Slaughter, vi como venía un faz que cogí y leí. Al parecer, Slaughter no tenía permiso de su compañía para seguir allí, y eso sólo yo lo sabía. Encendí la televisión para ver si hallaba algo, pero no hubo suerte.

Recogí todas las sábanas –con las que me hice una cuerda– hasta conseguir una agenda electrónica. Moví la alfombra de jaguar y golpeé las tablas que, enseguida, cedieron. Golpeé una pata de la alfombra del jaguar hasta conseguir un papel, escupido de la boca del mismo. Abrí una maleta cercana (teniendo alguna que otra experiencia sobrenatural) consiguiendo una raqueta. Miré el papel que tenía, en el cual ponía una palabra –RETHGUALS creo recordar– que era la clave de la agenda electrónica. Tras aceptar la clave, recibí tres dígitos –582 me parece, vaya memoria eh– que servían para abrir la caja fuerte del malvado señor Maxim Slaughter.

Cogí todo lo que había en la caja fuerte y manipulé una máscara de oro, de la cual saqué un disco. Además, allí se encontraba la cartera de mi padre, la cual manipulé para conseguir una foto nuestra. Todo estaba claro, Slaughter mandó coger las cosas de mi padre para que éste no le descubriera. Yo tenía que cambiar eso, así que puse la cuerda en el agujero y bajé rápido y veloz.

Abajo estaba Gonzales haciendo, como supuse que siempre, el jilipollas. Me fui acercando a la torreta, y cuando Gonzales desapareció subí a ella. Arriba, desactivé la alarma, cogí la aspiradora y los tirantes para bajar, pues una tabla se me había roto. Volví a esconderme, pues venía Gonzales. Cuando volvió a desaparecer, cogí un poco de alpiste con la aspiradora, y luego la manipulé para sacarlo. Cuando vino Gonzales –y cuando no me miraba– me fui al otro lado del campamento donde había varias jaulas. Me puse en un barril cercano y les eché el alpiste. Después, abrí la jaula para que fueran libres y, de paso, deshacerme de Gonzales.

Con el hacha que había allí cerca, y con lo manitas que soy para estas cosas, me hice una barca con un tronco cercano allí tirado. Avisé a Paquita que era hora de largarnos, así que tiré el tronco al agua. Sin dejar llevarme por la emoción, usé el Ecorder en todo momento en el desolado paisaje. Después, me subí a la canoa y usé la raqueta que tenía como remo, para por fin desaparecer de tal angustiado paraje.

Murciélagos de la Noche

Escapando de Slaughter, caímos en un pozo que conducían a unas cuevas. Usé, en todo momento, mi Ecorder para no equivocarme y saber qué hacer. Hablé con todos los murciélagos que vi, salvo uno volador y otros colgados en el techo. Uno de ellos, con gafas (¿?) era el jefe, a quien enseñé el amuleto del Corazón de la Selva. Con el amuleto, me permitió entregar los visados y, si sobraba uno, era para mí. Con ayuda del Ecorder, pude entregar todos los visados a los correspondientes murciélagos, sobrando uno que se lo entregué al jefe.

Así pude salir por una cueva donde había varias cosas para pasar por el Ecorder, incluyendo un falso vampiro con el que hablé. Tuve que subirme a una barra para poder seguir hablando con él, y me contó que era el Guardián del Templo y que me revelaría su secreto: desde hace mucho tiempo conocían el camino hacía la Ciudad de Oro, aunque un secreto así debía de ser ganado a pulso. Debía coger la piedra de la verdad y resolver una serie de preguntas. Las preguntas no entrañaban mucha dificultad, así que no fue difícil responderlas. El jaguar me dio dos regalos: un recordatorio, una frase que decía Todo lo que es Oro no reluce; y un objeto antiguo, una pluma bañada en oro puro.

Ya continuaba mi camino cuando apareció Paquita, que al final se desmayó sin saber ni cómo ni el porqué de ello. Intenté socorrerla, pero me dijo que sólo podía ayudarla Quiróptero. Fui a por él y le conté lo sucedido. Fuimos donde había caído Paquita y me contó que todo era culpa de la avaricia de los hombres, por culpa del humo, y que no había esperanzas a no ser que la curase con la Fuente de la Juventud de la Ciudad de Oro. Me dio un silbato, que usé para despejar la salida, y me dispuse a subir a la barca.

Ya en el agua, alguien intentó hundirme, y no paró hasta lograrlo. Nadé hacia el sur, me subí por una liana y cogí una fruta en un árbol. Regresé donde antes y me fui por la derecha, donde vi al mono aullador que había visto antes en una piedra. Hablé con el mono, a quien no le agradaba mi compañía, y le di la fruta que había cogido antes para que tuviera confianza en mí. Cogí la mandíbula de la isla, que pertenecía a una piraña, y regresé donde la fruta. Usé la mandíbula con un nenúfar blanco que había, y que era bastante grande, en el que me monté para llevárselo al mono. Volví a la isla donde subí y hablé con el mono, al que le di el nenúfar para que escapara. En ese momento, fui secuestrado por un águila.

Cibola: Ciudad de Oro

El águila que me secuestró me llevó a su nido pensando que era el mono, al que se pensaban comer. Di a la decepcionada águila la pluma de oro, quien seguidamente se quedó abrumada y disponible, justo lo que yo necesitaba para ir a la Ciudad de Oro... aunque no estábamos solos.

Ya en un lado de la ciudad, reciclé toda la basura que había en el suelo; y en uno de los desperdicios incluso hallé una lupa que cogí. Puse la máscara en un agujero junto con otros dos objetos, y una compuerta secreta se abrió mostrándome unos discos de oro. Estos discos, supuse, irían en el Asiento del Inca, pero la piedra no se movió lo suficiente. Claro, me dije, falta el que tenía yo suelto. Lo puse y la piedra se movió lo suficiente para meterme yo por ella.

Llegué al laberinto de la ciudad, el cual era complicado. Para pasarlo, recordé el collar que me dio Churana y lo observé con la lupa, pues era el camino correcto hacia el laberinto. Cuando pasé el laberinto, me encontré de frente a un mural. El mural tenía la posibilidad de dos dibujos, así que mostré los dos moviendo las piezas claves. Así obtuve una flauta, y una corona y polvo de oro. Pero la cuestión era que debía de haber algún pasadizo, y éste se activaba subiéndose uno a una pared y tocando la cola de la serpiente de piedra.

El aspecto del nuevo paisaje era espléndido, maravilloso. Fui saltando de roca en roca, teniendo cuidado de una roca falsa que me llevaba directo al agua, hasta una nueva isla. Aquí, cuando intentaba meterme en el agua, resultó haber una peligrosa serpiente. Casi por instinto, me puse la corona y toqué la flauta, durmiendo a la serpiente.

Así llegué a la isla donde estaba la fuente, pero cuando intenté mover el pilar unas lianas me atraparon. Unas flores me hablaron, pidiéndome algo con que demostrar mi buena fe. Así que les mostré el amuleto del Corazón de la Selva. Eso me salvó y, para conseguir más información, hablé con las flores. Cogí el cuenco de una estela y moví el pilar, consiguiendo que saliera agua de la fuente. Puse el cuenco en el chorro de agua, y puse allí la flor del Corazón de la Selva, recogiendo después el brote que nació de la fuente, el oro verdadero.

De repente, un helicóptero salió de la nada saliendo de allí el avaricioso de Slaughter. Slaughter, creyendo que había oro, se puso a excavar con un lunático. Yo decidí actuar. Bajé y le eché el polvo de oro, lo cual le desconcertó tanto que las lianas lo atraparon; y después llamé a los murciélagos con el silbato. Ellos trajeron a Paquita, y yo le eché agua de la fuente para hacerla recuperar sus fuerzas. Con todo hecho, volví con la gente de la Arboleda.

Todos estaban desolados, entristecidos con la perdida. Yo, con el brote en la mano, lo puse en un agujero, ayudado por un chico, haciendo nacer un nuevo Corazón de la Selva, y un nuevo día en el corazón de los hombres. Todo se reparó y yo hablé con el chamán sobre la ayuda que podía darle mi padre; y cuando éste me lo pidió, toqué el silbato para ver a Paquita. Ella vino inmediatamente con una sorpresa, la cual vi descubriendo que era un bebé. Con el corazón de todos lleno de esperanza, el águila me llevó por la selva en busca de mi padre, y con la ilusión de ver crecer otro día, verde y lleno de vida...

This Is The END, My Only Friend, The END

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